TODO ARTE ES RUPESTRE. TODO POEMA ES UN GARABATO.
Patricia Rodon.
Como una conversación se define desde lejos por
el murmullo o la noche por su cuna de luz en el vientre de los telescopios, las
cosas empiezan en algo que no se puede nombrar. Al principio fueron las manos,
la huella de la mortalidad, el arañazo del signo en la piedra que sigue sin
responder. Después vinieron las líneas negras, las patas de pájaro, los soles,
los animales, los hombrecitos ahítos de hambre dibujando símbolos que pensarían
para siempre en el porqué de la existencia. Y la extraña caligrafía del cielo
tallando nuestra conciencia.
Todo arte es de roca. Toda canción es un
arrullo.
Hoy como ayer, Laura va como quien regresa de
morder el silencio. Tiene una antorcha abierta para ver lo que escapa, la
historia de la minucia, el hilván de los gigantes diminutos, el vestigio de las
alas, la palabra que se va. Laura va en busca de lo que se pierde en el aire,
del aire que nos sobra, de lo que no se puede decir. Baja a las raíces, al
origen del color, al refugio de la memoria. Como una maga cuenta y descuenta el
cuento, reinventa el fuego de los cometas y la sangre del bisonte y el pico de
los cuervos.
Todo arte es una huella. Toda foto es un robo.
Laura se levanta sobre los nudos del miedo y
crea otra lengua, un alfabeto que no quiere traducción ni página ni lectores.
Su entonación es la de los ojos de sumar, de quitar, de explorar, de habitar,
de tocar, de llorar y cantar sobre la tela del tiempo. Laura suma y suma
salmos, trapos, obsidianas, códices, milagros, juegos. Escribe sobre un mantel
de cuero líquido. Viaja en crónicas y documentos y caravanas y espejos de un
idioma antiguo. Laura conoce la tipografía del corazón en vela desde hace
siglos y nos la pone allí, aquí, en nuestras cabezas. Para que aprendamos algo.
Si podemos.
Todo arte es un recuerdo. Todo texto es un
asilo.
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